Pascual Rosser

De héroes y fuego. El origen de los bomberos en Alicante

Opinión. Pascual Rosser Limiñana

| Radio El Campello

De héroes y fuego. El origen de los bomberos en Alicante
Opinión. Pascual Rosser Limiñana

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Si usted hiciera una encuesta en un colegio de niños sobre qué quieren ser de mayor, la mayoría de ellos dirían que policías o bomberos, salvo el que supiera explicar en qué trabajan sus padres y eligiera ese, más por admiración que por convicción. Haga la prueba. Quizá se deba a los uniformes que llevan, por conducir en un coche o camión con sirena, o porque hacen acciones de gran heroicidad al servicio del ciudadano y, muchas veces, salvan vidas.

Del origen de los bomberos de Alicante va la crónica de hoy. Cuando surgió la idea de crear un servicio con ellos en Alicante era alcalde de la ciudad Anselmo Bergez Dufoo. Ocurrió el 7 de enero de 1859. En el acta que describía los acuerdos del Consistorio para este fin decía que «la comisión de ornato organice una Compañía de Bomberos y obtenga de los representantes de los empresarios de seguros la compra, por su cuenta, del número suficiente de cubas de cuero».

Funcionarios y políticos del Ayuntamiento lo tenían claro, había que convencer a la ciudadanía de su utilidad y ponerlo en marcha por lo que recurrieron a lo fácil, los mediadores de seguros, quienes por profesión estarían directamente interesados en este asunto. La mayoría de las Compañías de Seguros españolas nacieron con el seguro de incendios como una cobertura básica e imprescindible para asegurar viviendas y empresas. La venta de seguros no sólo es una actividad comercial, también hay que dar servicio y actuar con urgencia cuando ocurre un siniestro para resolverlo y aminorar sus consecuencias.

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La idea de tener un servicio contra incendios fue calando en la ciudad. Los incendios continuaban, como el del 25 de febrero de 1866 que arrasó el comercio de los empresarios Soler y Estruch. La alarma social era grande. Desde el Ayuntamiento se comprometieron a poner en marcha un servicio de bomberos. Consta en acta del 2 de marzo de ese año en reunión presidida por Eduardo Andreu -primer teniente de alcalde- del compromiso para llevar la iniciativa a buen fin, solicitando que en el presupuesto del Ayuntamiento se incluyera la cantidad necesaria para «la adquisición de un bombillo igual que el del ferrocarril, una bomba de gran fuerza, otra para la extracción de agua del mar, y las cubas y útiles necesarios para la extinción de incendios».

Las ganas y las intenciones eran claras, se iba en la buena dirección. Así, en una nueva reunión en el Ayuntamiento el 20 de abril del mismo año, presidido esta vez por Miguel Pascual de Bonanza, se lee un escrito del Gobernador de la provincia en el que manifiesta «dar el visto bueno al acuerdo del Ayuntamiento para la organización de una Brigada de Bomberos» incluyendo en el presupuesto general de la Administración los 4.799 escudos que costaba el tren contra incendios. Finalmente, el acuerdo decisorio – como cuenta Fernando Gil Sánchez en su libro «Alicante, siempre» – fue el resultado de la reunión el 1 de febrero de 1867 presidida por el alcalde Juan Bonanza Roca en la que la Comisión de Obras Públicas presentó una propuesta con la que informaba que se había terminado el expediente para la creación de una Compañía de Bomberos. Se redactó su Reglamento y se informó a la ciudadanía de Alicante para que los que quisieran ser bomberos de esta que lo dijeran.

Así nació el Cuerpo de Bomberos de Alicante con 51 personas de las que 40 eran bomberos. Entre sus primeras decisiones fue la de clasificar los incendios de dos maneras. Una, la que correspondía a los edificios; la otra, a muebles y chimeneas. Tenían sueldo, y gratificaciones por asistir a apagar los incendios. El Reglamento mencionado manifestaba que los bomberos cobraban 12, 16 o 20 reales de vellón. Y para motivar su asistencia a los siniestros se les pagaba con 10, 20, 25, 30, 40, 45, 50 y 60 reales de vellón según se presentaban en el Parque de Bomberos después de lanzada la alarma. Esta se hacía inicialmente por medio del volteo de campanas del Ayuntamiento.

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Los incendios se siguieron produciendo en la ciudad, pero como los Bomberos estaban más preparados podían sofocarlo con mayor rapidez. Mire el que ocurrió el 2 de mayo de 1925 en el almacén de drogas que Remigio Romero tenía en la calle Cádiz. Por las materias almacenadas: resina, alcohol, gasolina, aguarrás, …, se produjo una gran hoguera “que alarmó al vecindario y sembró el pánico a todos”. Fue controlado a las pocas horas de haberse producido “gracias al material abundante y moderno de que ahora dispone el Cuerpo, evitándose una verdadera catástrofe”. En este incendio estrenaron un “auto-camión-aljibe, marca Renault, de boca centrífuga muy poderosa”.

Hay más siniestros que bien merecen una crónica por sí solos, pero para eso tendrá que esperar a una redacción más adelante. No será muy lejos de esta para no tenerle en ascuas mucho tiempo. Ya verá.

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